¿Por qué el futuro de los coches impulsados por hidrógeno no es tan prometedor?

Pese a las grandes ventajas de rendimiento, las garantías en seguridad son insuficientes.

Hace unos cuantos años se hablaba sobre el hidrógeno como el sucesor de la gasolina, pues entre otras ventajas, es más barato, abundante, fácil de producir y con un rendimiento similar o incluso mejor que el hidrocarburo común, con la gran ventaja de tener bajas o nulas emisiones contaminantes al medio ambiente.

Pero, ¿Por qué si las virtudes del hidrógeno suenan tan bien no se consolidó como una alternativa viable? La respuesta es más común de lo que pensamos y todo podría resumirse a temas de seguridad.

Antes de explicar los factores, debemos entender cómo funciona un coche propulsado por hidrógeno, lo cual ocurre de dos maneras distintas. La primera es justo como lo hace un automóvil de gasolina, es decir, con la implementación de un motor de combustión interna, pero con el evidente uso de hidrógeno en su lugar.

La segunda es un poco más complicada y se le conoce como “Fuel Cell Vehicle” o vehículo con batería de combustible. El nombre revela un poco del funcionamiento, pero este consiste en la oxidación del hidrógeno, lo cual genera una corriente eléctrica que hace funcionar a motores (eléctricos, obviamente) para así generar la potencia que impulsa al automotor en cuestión, con una emisión resultante en vapor de agua.

No solo suena conveniente, pues el hidrógeno en promedio podría ofrecer un rango de 30 kilómetros por litro en ciudad, lo cual lo hace mejor que el diesel y mucho menos contaminante, pero no todo es perfecto.

Y es que lo que impidió que los vehículos impulsados por este combustible fueran una realidad es la seguridad. El hidrógeno tiene diversas propiedades, mismas que lo hacen difícil de manejar e inseguro.

Lo primero que debemos de saber es que este material debe tener cierta temperatura para mantenerse en estado líquido, lo cual requiere un esfuerzo extra en desarrollo de componentes para mantenerlo de esa manera y así garantizar el funcionamiento en un automóvil.

Por otra parte, el hidrógeno no tiene color, olor o sabor, por lo que una fuga en cabina podría representar una baja concentración de oxígeno y, al no poder ser detectado, podría ser mortal para los ocupantes (asfixia).

Aunque suene irónico, el mejor de los casos sería la fuga sin consecuencias, pero la realidad es que el hidrógeno es sumamente reactivo al oxígeno, además de ser inflamable. También, cuando está en combustión, la llama es difícil de detectar a simple vista lo que suma otro factor de peligro en su contra.

La razón de seguridad más importante es en caso de colisión, pues la fricción de los metales y/o el contacto del  hidrógeno con el oxígeno generan una combustión (oxidación) espontánea en caso de un accidente, lo que genera una explosión, elevando las posibilidades de mortalidad.

Un factor menos importante es la infraestructura, pues tendría que montarse una red de producción y distribución, así como despacho de hidrógeno para los vehículos, algo que representaría una inversión importante, aunque esta solo se haría una vez.

En la actualidad prevalecen los esfuerzos de varias marcas por perfeccionar esta fuente de energía, como Hyundai (Nexo), Honda (Clarity) y Toyota (Mirai), aunque cada vez estos disminuyen y se enfocan en otras alternativas, como los trenes motrices híbridos o eléctricos.

Las prestaciones y virtudes para el medio ambiente serían inmejorables, pero el difícil manejo y contención del hidrógeno lo condenan a un camino inviable, por lo que los eléctricos con baterías de ion de litio se han colocado de mejor manera, aunque dichas fuentes también representan un riesgo, de lo cual hablaremos en otra ocasión.